CÉSAR IZQUIERDO Cuentan en Barcelona que cuando la cúpula del Camp Nou consultó a Guardiola por el sucesor apropiado para relevarlo en el banquillo, Pep proporcionó dos nombres: Tito Vilanova y Ernesto Valverde. La trascendencia de la firma, la importancia del consejo y la responsabilidad del cargo suministran los primeros indicios sobre el valor del nuevo entrenador del Valencia. Zubizarreta, actual director deportivo barcelonista, ya contó con él para el banquillo del Athletic en 2003. Entonces, Zubi ocupaba el asiento de director general en San Mamés. No era la primera vez que una doctor de la iglesia blaugrana levantaba la voz en favor de Valverde.
En el último proceso de sucesión, Johan Cruyff volvió a mojarse por Ernesto. «En Grecia ha intentado jugar muy bien al fútbol y ha tenido éxito». La realidad es que el gran ideólogo culé siempre se ha mostrado afín a su manera de entender el fútbol. Seguramente por eso lo reclutó como futbolista para su Barça y siempre lo ha propuesto como candidato a quien ha correspondido. Su buen hacer al frente del Espanyol lo convirtieron en protagonista de uno de los editoriales de Cruyff en La Vanguardia. «Sus jugadores podrán jugar bien o no, algunas veces ganarán y otras no, pero la gente siempre acude al campo con un sueño. Valverde siempre ofrece argumentos para que los aficionados se sientan orgullosos de su equipo», escribió el holandés en enero de 2007. Palabras mayores con un fondo que encaja como remedio para esa sensación de desazón que ahora invade Mestalla. Después, la duda puede ser razonable: ¿Vale para el Valencia lo mismo que para el Barça? Valverde ha demostrado que su método ha funcionado con éxito en clubes distintos como Athletic, RCD Espanyol y Olympiacos. Sólo hay una excepción en su currículum, Vila-real.
Su destitución en el conjunto en groguet es la única que ha sufrido como técnico. Todo lo que sucedió en El Madrigal fue muy aleccionador. Aquel fracaso le permitió aprender muchas cosas y le hizo mejor entrenador. «Cuando pierdes maduras mucho más que cuando ganas», recuerda siempre. El Txingurri llegó al Submarino en plena trasnsición, con la difícil tarea de guiar la etapa postpellegrini, intentó introducir matices, pero le faltó el apoyó de los pesos pesados del vestuario y chocó de frente en Miralcamp con algún visionario. «No lo hice suficientemente bien». Valverde nunca pierde la compostura. Corrección, humildad y cortesía. Incluso cuando le cesaron agradeció el apoyó del presidente en los malos momentos y eso que probablemente la realidad era otra.
«Puede que sea pequeño en tamaño, pero es un pedazo de entrenador». Así es como la prensa griega define al Txingurri. El apodo, por cierto, se traduce del euskera como hormiga. En dos etapas en Olympiacos, Ernesto ha conquistado tres ligas (2009, 2011 y 2012) y dos copas (2009 y 2012). El campeonato griego está lejos nivel de la Liga española pero ganar títulos siempre es difícil. Los enfrentamientos con Panathinaikos, AEK, PAOK o Aris son durísimos. El club del puerto de El Pireo tiene la dimensión de un Madrid o un Barça. Valverde ya sabe lo que es lidiar con el entorno de un equipo importante, ha manejado los egos de un vestuario repleto de internacionales y diferentes nacionalidades, conoce el impacto de las derrotas y la trascendencia de las victorias. También la presión de una afición impresionante, pero que exige muchísimo. Ese mismo escenario se va a encontrar en Mestalla. Ernesto ya sabe que está obligado a obtener resultados inmediatos. De otra manera no hubiera sido presentado ayer.
El pragmatismo y la eficacia cuentan tanto o más que el buen gusto. La clave de su Olympiacos es que jugaba a un ritmo superior al resto. En ataque, estaban obligados a llevar siempre la iniciativa porque los rivales le daban el balón y les jugaban a la contra. Siempre manejaba la posesión. Eso sí, su línea de presión solía ser alta. Muy agresivos para recuperar el balón y prestos siempre para el ataque directo. No se recordaba un fútbol tan brillante en El Pireo desde la época de Bajevic y para eso hay que remontarse tres lustros en el tiempo. «A mí me gusta el fútbol vistoso si sirve para ganar. Si no, hay que buscar otra fórmula antes de que te cambien a ti». Hace tiempo que el Txingurri tiene claro qué o quién manda. Olympiacos sabía lo que es jugar un fútbol vistoso y también empujar. Estaba cómodo en los partidos cerrados, en los que una chispa o una acción a balón parado le podía dar la victoria. Su equipo ha sido sinónimo de orgullo y de corazón.
¿La base de su éxito? La justicia. Valverde siempre fue justo con todos sus futbolistas. Así se ganó el respeto en Olympiacos y reforzó su autoridad ante la plantilla. El grupo de seis o siete jugadores que siempre hay descontentos por no participar, conocían que el camino para jugar era cambiar su actitud. Según el Consejo, el sucesor de Pellegrino debía tener mano dura, experiencia y capacidad para bajar a los jugadores a la tierra. Valverde no es el típico entrenador que dirige con el látigo, es un estratega con método y mando. Serio, sencillo y educado, no es un técnico de grandes discursos. Su autoridad está respaldada en el trabajo.
Las virtudes del Olympiacos
En tres temporadas en Olympiacos ha dejado patente su personalidad. Los jugadores han cumplido la tarea con exactitud y, además, con ganas. Quienes conocen en profundidad su trabajo adelantan que está capacitado para llevar cualquier vestuario. Lo verdaderamente difícil en el deporte no es ganar, sino volver a ganar. Valverde lo ha logrado en El Pireo. Eso sólo se consigue con un enorme espíritu competitivo, con una ausencia absoluta de autocomplacencia y, evidentemente, con jugadores de mucho talento. En su presentación le preguntaron por la fotografía del Valencia actual. Su respuesta fue inteligente: «Ahora mismo, la foto está un poco movida». La idea del Txingurri es «enfocar bien».
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