El Valencia pierde ante el Madrid con gol anulado, penalti escamoteado y cabezazo al larguero en el tiempo añadido El instinto goleador de Soldado y el empuje del equipo le permiten soñar con el empate hasta el último segundo
MOISÉS RODRÍGUEZ
Nada tiene que ver el 3-6 con lo de ayer. Con el paso del tiempo, las estadísticas dirán que el Real Madrid ganó por tercera ocasión consecutiva en Mestalla. Pero cuando se recuerden el partido de anoche y el de hace unos meses se concluirá que la pasada primavera alteró al Valencia, mientras que en una lluviosa jornada de reflexión esta vez el equipo de Emery se partió la cara. Nunca asumió la derrota y siempre creyó en sus posibilidades. Murió con las botas puestas, con un remate al larguero en la penúltima acción y un penalti escamoteado por mano de Higuaín en el posterior remate.
El Valencia partió embadurnado de ese caldo de cultivo, condimentado durante toda la semana a base de ilusión y deseos de revancha por el 3-6 de hace unos meses. Los blanquinegros mordieron arriba y estuvieron a punto de sorprender. Sergio Ramos cometió un error en la salida, recuperó Feghouli y el balón le llegó a Tino Costa, quien desde la frontal lanzó un disparo duro que no halló portería. Poco podría haber hecho Casillas.
Pero ese ímpetu inicial duró un suspiro. El tiempo que tardó en calentarse la musculatura que Mourinho dispuso en la medular. Xabi Alonso creaba mientras Lass y Khedira lo escudaban. Engranaje sólido, sin florituras y poco vistoso, pero sumamente efectivo. El Real Madrid manejó el partido a su antojo durante gran parte de la primera mitad. Avanzando centímetro a centímetro. Sin prisas. Como si de rugby se tratase. Cada vez más cerca del área de Diego Alves, a la espera del despiste, la ocasión que le diera la ventaja.
Parejo no fue un tercer mediocentro. El trabajo sucio, el de la contención, correspondía a Tino Costa y, sobre todo, Albelda... pero el de Coslada también intentó colaborar en tareas defensivas. Emery lo había dispuesto como perro de presa, siempre mordiendo a Xabi Alonso. Pero el cerebro madridista jamás pierde la calma. Sin movimientos ostentosos, en todo momento se despegaba de su sombra y cuando tuvo la ocasión de asestar el golpe letal lo hizo sin el menor titubeo.
A decir verdad, poco se puede achacar a Parejo. La empanada llevaba más la firma de la dupla de centrales, siempre sólidos, pero que se despistaron un instante. Lo justo. Miguel había cometido una falta sobre Marcelo a la altura de los banquillos. Todos parecían recolocarse con parsimonia... menos Xabi Alonso y Benzema. El delantero, ese al que en su primera temporada en Madrid llegaron a apodar 'Benzemalo' y que ahora tiene enamoradito al Bernabéu, hizo un cambio de ritmo de maestro. Y Xabi le puso el balón ahí, justo donde iba a aparecer el francés una décima de segundo después para amortiguar y golpear en parábola. Un auténtico golazo.
Aunque dio la sensación de que el Real Madrid iba a matar y de que el Valencia estaba noqueado, lo cierto es que el equipo de Emery no se recuperó mal del mazazo. Los de rojo fueron superiores en la primera parte. Eso no se puede negar. Pero cuando Parejo se olvidó de su tarea destructora y quiso conectar a los mediocentros con Soldado, cuando se buscó la profundidad de Feghouli, Mathieu y Jordi Alba, los blanquinegros ofrecieron de inmediato síntomas de mejoría.
Cierto que Cristiano pudo marcar en un par de ocasiones, y sobre todo lo hubiera hecho de no ser por una buena salida de Diego Alves. Pero con el paso de los minutos el Valencia recobró esa ilusión, las ganas de revancha y el deseo de hacer bien las cosas. La concentración defensiva y la brega en la medular. Los famosos brotes verdes, pero trasladados al fútbol y que en esta ocasión sí que existieron.
Porque en la segunda parte el partido empezó como en el inicio... sólo que esta vez el Valencia no sufrió el efecto gaseosa. El equipo no se desventó a la primera de cambio. Mantuvo el ritmo y empujó a muerte. Estuvo a punto de empatar en una acción de Mathieu, que raseó al área pequeña y allí no llegó Soldado de milagro. Una lástima.
Luego el partido se calentó. Primero por una entrada durísima de Marcelo, que zancadilleó por detrás al propio Soldado cuando este le había robado el balón. Vio una amarilla que pudo ser roja. Después el Madrid llevó el juego a donde más le interesaba. A los parones continuos. A entrar siempre al borde del reglamento.
Emery echó mano de Jonas en busca de fútbol, justo lo que se añoraba desde la ocasión de Soldado. Teixeira no se había atrevido a expulsar a Özil, que se hizo acreedor a la segunda amarilla... y en esas estaban. El Valencia tratando de crear y el Real Madrid bronco, destruyendo y a la espera de pillar la contra con la que cerrar el choque. Y lamentablemente esa acción puntual llegó en una acción de estrategia en la que Ramos hizo de 'killer'.
Cualquiera diría que el partido estaba sentenciado. Que el Valencia bajaría los brazos. Pero las palabras de Emery en la previa («el que esté acomplejado que se quede en casa») habían calado en la plantilla. Y los blanquinegros siguieron peleando como jabatos. A base de empuje creyeron de nuevo, contagiaron a la grada y Soldado, quién si no, concretó la fe en un gol.
Pero con el Valencia volcado el riesgo de la contra letal planeaba sobre el césped de Mestalla. Y los temores de los más pesimistas se convirtieron en realidad tras una mala salida de Diego Alves. Cristiano lo aprovechó para llevarse el balón y remató, eso sí, casi sin ángulo, pero al fondo de la portería.
No hubo rendición de este Valencia desbordado por la ilusión. Soldado, otra vez el depredador, reabrió la puerta de la esperanza. Emery quemó sus naves al dar entrada a Aduriz. Y luego vino la locura del tiempo añadido. La del gol anulado a Soldado, el remate al laguero y el penalti de Higuaín, que cortó con el brazo un remate de gol. Mestalla aparcó el enfado con el árbitro para despedir a los suyos con la ovación que merecían.
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