ANTONIO BADILLO
El tiempo no existe. Es una entelequia. Murió engullido por los restaurantes de comida rápida y los mensajes en 140 caracteres. El fútbol y sus protagonistas saben bien de esa angustia contrarreloj, de los juicios exprés que zarandean los proyectos antes de que adquieran el mínimo poso.
Ahí está el ejemplo del Atlético, al borde de la guerra civil pese a que ni el nuevo director ni sus músicos han podido deshacer la maleta. O el del Málaga, al que se pide la Champions antes de pasar por la Europa League. También es el caso del Valencia. El equipo de Emery aburre tanto que uno ya no sabe si los aislados picos de brillantez anuncian lo que está por venir o son simple anécdota. Pero el calendario, que aún no sabe de inviernos, y los resultados, sostén emocional, aconsejan aplazar los juicios al técnico. Ya llegará febrero y sus cansinas ruedas de prensa, con el eterno debate sobre la renovación o el final de un ciclo como único punto en el orden del día.
No ocurre lo mismo con Braulio. Su obra sí está ya firmada y nada impide juzgarla para reconocer el trabajo bien hecho. El gallego, a quien Llorente por fin llama director deportivo, es bueno y además tiene suerte. Supo ver el talento que escondía Rami y hurgar en su ambición hasta hacerle cerrar los ojos a ofertas mucho más jugosas. Descubrió a Jonas, uno de esos contados brasileños fieles al 'menos samba e mais trabalhar'. Y apostó por un Canales con vitola de líder.
Pero lo que más me encandila de Braulio es su buena estrella. Cuando se obsesionó con Nico Pareja hasta agotar los plazos, sobre la bocina emergió de las sombras Víctor Ruiz. Fichó a Alves y lo que iba para problema devino en solución. Incluso del purgatorio regresaron Banega y Miguel. Ahora planean fundadas dudas sobre Piatti o Parejo, pero el gallego aún confía en el coco del uno y el talento del otro. Si le sale bien la jugada, habrá que concluir que es cierto aquello de que al saber le llaman suerte.
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