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lunes, 20 de septiembre de 2010

Dos golazos y sufrimiento

El Valencia sumó ante el Hércules su tercer pleno liguero ofreciendo todo el completo repertorio que cualquier equipo digno de luchar por metas altas debe mostrar. En la primera mitad, en veinticinco minutos primorosos al son marcado por Pablo y Mata, encarriló el partido con dos golazos en un equilibrio perfecto de sobriedad, eficacia y plasticidad. También supo adaptarse con solvencia al otro partido, el que dictó Ramírez Domínguez con un penalti más que discutible y una expulsión hilarante de David Navarro. Únicamente con esas dos punzadas el derbi se tornó trepidante y sólo así el Hércules recortó distancias, y se volvió a meter en el encuentro asfixiando a balonazos a un Valencia que, contra las cuerdas, también enseñó que sabía sufrir. Los tres puntos, trabajados hasta la extenuación, saben a gloria y pone en sobreaviso a los rivales. El Valencia ha arrancado como un tiro.
Se había dibujado en la previa un partido de tú a tú, de igual a igual, basándose en el inesperado golpe que asestó el Hércules en el Camp Nou y en la presión ambiental que iba a sufrir el Valencia en su contra. En efecto, por gracia de Ramírez Domínguez, el desenlace no estuvo privado de emoción. Pero, con anterioridad, desde el silbido inicial, el equipo de Emery silenció el Rico Pérez de la misma manera que congeló el "infierno" turco de Bursa, con agresividad, fútbol y goles desde el inicio, sin margen a tregua alguna. No se había cumplido el primer minuto de juego cuando Calatayud abortó un disparo franco de Soldado. En el saque de esquina posterior, la pelota rechazada quedó a los pies del Tino Costa, que abrió a la izquierda a Pablo, que picó al interior del área, al palo abierto por donde entraba Mata, que remató cruzado sin dejarla caer, casi sin ángulo y con la derecha, su pie menos bueno.
Un golazo que dejó aturdido al Hércules. Todo el guión del encuentro se le vino abajo. El Valencia pasó a dominar la situación, controlando la posesión y atosigando en la presión al rival para obligarle a buscar balonazos largos en dirección a Trezeguet, bien anulado al fuera de juego, o con disparos lejanos que iban demasiado centrados y que apenas molestaban a César. En el minuto 22 el Valencia dio el hachazo que parecía definitivo. Otra vez fueron Pablo y Mata quienes parieron la jugada, pero intercambiándose el rol de asistente y goleador. Esta vez fue Mata quien dirigió la jugada, encarando por el centro. Aguantó la bola unos segundos, mareando a dos contrarios que no se atrevían a hincarle el diente. Entre todas sus opciones, Mata decidió ceder a Pablo, que en el vértice del área paró la pelota y lanzó un derechazo envenenado a la escuadra izquierda de Calatayud. Nada pudo hacer el meta local. Su meritoria estirada, a lo sumo, ayudó si cabe a embellecer más el tanto. La numerosa afición valencianista, radicada en una esquina de esa portería, se frotaba los ojos.
El encuentro estaba claramente decantado del lado visitante. El Hércules, a base de corazón, trató de recortar yardas para acercarse a los dominios de César. Valdez, una antigua pesadilla valencianista, estaba demasiado esquinado, sólo Drenthe hacía sufrir a Miguel en sus internadas por la izquierda, y Trezeguet apareció con un remate de cabeza. Acababa la primera mitad y la situación parecía (sólo eso) bajo control.
Entonces Ramírez Domínguez trastocó el rumbo lógico de los acontecimientos, en los llamados minutos psicológicos. Antes de que acabara la primera mitad, cobró penalti en un centro de Trezeguet que interceptó involuntariamente con el codo David Navarro, que se había tirado abajo a cubrir, a un palmo del delantero francés. El penalti, muy riguroso -y que significó la primera amarilla del central saguntino-, lo transformó con maestría el propio Trezeguet.

Un nuevo partido
Que se abría un nuevo partido para la segunda parte se encargaría de corroborarlo el propio Ramírez Domínguez. Nada más empezar la reanudación, únicamente él, interpretó una dura entrada de Abel Aguilar sobre David Navarro, en la disputa de una pelota dividida en la medular, como falta del valencianista y, en el colmo del esperpento, enseñarle la segunda amarilla. Expulsado y lesionado en camilla, una imagen inédita en este deporte. Así se marchó Navarro del campo.
Esteban Vigo, con el viento a favor, puso sobre el campo todos los jugadores atacantes que le quedaban en el banquillo. Sacrificó a Tiago y Fritzler para colocar a los habilidosos Kiko Femenía y Tote. Portillo sustituyó al lesionado Valdez, que minutos antes había obligado a César a realizar una gran estirada para desviar a córner un cabezazo. Emery reaccionó y dio entrada a Dealbert para equilibrar la defensa, sacrificando a Mata, Fernandes dio descanso a un Tino Costa exhausto y con el Chori Domínguez se trataba de tener una referencia fresca en ataque.
Sólo Mathieu, con un disparo cruzado, pudo probar a Calatayud. El resto fue sufrimiento. César, otra vez, estuvo impecable en las salidas a las balones por alto y en varios disparos. El Hércules y su afición, crecida, arrinconaron al Valencia, que achicó agua conforme pudo, limitándose a alejar balones, mientras se sucedían las conatos de tángana entre Joaquín y Peña, Miguel y Drenthe. El poste evitó el gol de Trezeguet. César volvió a sacar otra mano milagrosa para escupir un disparo de Kiko Femenía. El Valencia, con todo en contra, consiguió amarrar un triunfo que le sitúa como líder del campeonato. Una anécdota en estas insignificantes alturas de campeonato, pero también una evidencia de que el trabajo realizado es el correcto.

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