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domingo, 25 de septiembre de 2011

EL PIZJUAN SE CONVIERTE EN PESADILLA

El Valencia ofrece demasiadas dudas, falla un penalti y no saca provecho de su superioridad tras quedarse el Sevilla con nueve

JUAN CARLOS VALLDECABRES ENVIADO ESPECIAL .-

Pesadilla en el Pizjuán. Ni contra once, ni contra diez, ni contra nueve, ni con defensa de tres, ni con defensa de cuatro... Al Valencia le sentó mal el paseo por Sevilla. Tanto que al equipo de Emery le cayó la primera derrota de la temporada. Ningún traspié llega en buen momento, pero cuando a cuatro días vista llega un toro como el Chelsea, el panorama se pone tieso.

Al Valencia le superó el Sevilla en muchas cuestiones. El equipo andaluz le ganó en intensidad, en frescura, en presión, en movimientos de balón, en profundidad, en acierto, en sacrificio por los minutos que jugó con inferioridad (que fueron bastantes) y hasta en picardía. Buen momento para sacar lecturas de cara a venideros episodios de mayor envergadura.

Esta vez la defensa no estuvo soberbia, ni tampoco el centro del campo hábil ni tampoco arriba (con Soldado demasiados minutos en el banquillo) se hizo daño. Quizás haya otros argumentos más, pero es posible que el vacío que hubo contra el Barça pasara factura. Sólo la alineación que presentó Emery ya invitaba a una reflexión sobre una prueba peligrosa en uno de los campos más exigentes de Primera. Al fin y al cabo, el Sevilla es otro de los que pelean por colarse en la Champions, justo lo que persiguen los valencianistas, que de momento tienen que ver cómo los andaluces les adelantan en la clasificación.

Y es que lo mejor que le pudo pasar al Valencia en la primera parte fue sencillamente que Muñiz Fernández pitara el final. Así de crudo pero real, tan real y válido como que el marcador tras estos tres cuartos de hora iniciales debió reflejar un 2-0 en vez del 1-0. Menos mal que el auxiliar echó un cable y consideró que la posición del malí era incorrecta, porque si no...

De todas formas, lo peor para el Valencia no fue irse por debajo en el marcador. Si eso ya es de por sí grave, más sustancial se antoja la impotencia supina demostrada por el conjunto de Emery, no ya para superar a los sevillistas sino ni tan siquiera para impedirles que se encontraran cómodos. Marcelino ni se lo creía en el banquillo. Tres días antes, el Valencia había metido el miedo en el cuerpo al grupo de Guardiola y a toda España. Esta vez, en cambio, parecía -sólo parecía- que no le metía ni ganas. Porque la verdad es que a los blanquinegros se les puso cuesta arriba todo: el deficiente césped, el rival, la animosa afición y hasta el resultado.

Mérito para ello tiene, por supuesto, la forma que tuvo de desenvolverse el Sevilla. Pero observar la situación del equipo valencianista, los intentos de combinación que hizo, el desajuste evidente de lo que hasta ahora era más seguro (la defensa) y la nula presencia arriba, invitaba a pensar que la tarde iba a acabar en un serio disgusto.

Con las forzadas ausencias de los dos ejes sobre los que pivota el equipo (Topal y Albelda), a Emery se le ocurrió la idea de montar una defensa de tres con Maduro como acompañante de los centrales y dos jugadores de toque como Tino y Banega para impulsar al equipo. El entramado se vino abajo a las primeras de cambio. Ni atrás hubo concentración y acierto suficiente, ni por el centro se gozó de la claridad de ideas necesaria. Además, y para acompañar en el desbarajuste, la presión que se quiso hacer fue tan falsa como inútil, lo que permitió al Sevilla navegar a placer.

Pronto se vio que la cosa no estaba funcionando nada bien. Cuando a los seis minutos de juego se cuela Navas, Negredo hace una chilena dentro del área y Kanouté marca, algo huele a podrido. Esos fueron los ingredientes para que el Valencia recibiera el primer sopapo de la tarde. El gol por fortuna no cuajó, seguramente por la vista cansada del linier. Un respiro. Algo no estaba saliendo bien porque los tres de atrás hacían agua por el lado de Víctor Ruiz. Con Mathieu lejos de Navas, el extremo sacó los colores en más de una ocasión al central valencianista. Más bien lo hizo en un par de descaradas ocasiones cuando el catalán calculó mal, primero un salto y luego su salida al cruce. El Valencia empezaba un inquieto tembleque al que acompañó poco después un nervioso Bruno por la derecha.

Mientras, el Sevilla seguía como buen chico aplicándose. Le bastaba poca energía para desnudar la falta de intensidad de los dos argentinos que cosió Emery a su centro del campo. Cuando los andaluces tocaban lo hacían rápido y con velocidad, mientras que si conducían los valencianistas su capacidad de sorprender se reducía a la mínima expresión. Tanto es así que se puede decir que Aduriz -sustituto en el once de Soldado- apenas tocó balón. Jonas fue el único que probó suerte con un par de lanzamientos porque Piatti -a la derecha- apareció muy poco.

Lo que vendría después fue desde luego lo que agitó un partido que parecía un tanto soso. A la segunda parte le ocurrió de todo. Hubo ingredientes para pensar que el Valencia tendría fácil alcanzar la igualada, pero también los hubo para echarse las manos a la cabeza porque se sucedieron errores que se pueden y se deben evitar.

El primero que intentó arreglar el entuerto fue el propio entrenador. Bruno no sólo había visto cómo Perotti le desbordaba constantemente, sino que además se acercó pasada la media hora de partido para solicitar un aporte extra de energía. Sufrió una bajada de tensión y se le suministró glucosa. Emery lo dejó en la ducha e hizo que debutara su tercer lateral derecho: Barragán.

De todas formas, el mal del equipo no era ni mucho menos la flojera de Bruno. El problema era más profundo, de ahí que hiciera falta no sólo inyectar algunas revoluciones al juego, sino también un cambio de disposición de piezas. A Maduro se le acabó entonces su labor como antiguo líbero y el Valencia pasó a defender con una línea de cuatro y con el holandés haciendo de pivote. Más tarde, por cómo discurrió el partido, Emery se vio obligado a retrasarlo de nuevo para que jugase como central.

El arranque del Valencia en la segunda parte fue interesante. No porque pasara por encima del Sevilla, sino porque con la condescendencia andaluza al atrasar sus líneas el balón empezó a circular más tiempo por el campo contrario. A ello contribuyó en gran medida que Trochowski cometiera una falta un tanto innecesaria pero merecedora de castigo. Muñiz le mostró la segunda cartulina amarilla.

El Valencia, en pocos minutos, le había dado una pincelada a su favor al enfrentamiento. Sin embargo, nadie podía imaginar que eso fuera el principio de otros capítulos igual de interesantes. A Marcelino no le quedó otro remedio que tirar de lógica. Retiró al veterano Kanouté para meter a Rakitic con el fin de nivelar el dominio y el manejo del balón en la medular.

No fue suficiente esto porque el Valencia, con uno más, empezaba a crecerse. Perotti y Navas ya no asustaban por las bandas y Negredo empezaba a convertirse en un lejano islote. Sólo faltaba tener un poquito más de inteligencia para buscar las cosquillas al Sevilla por las bandas y tener la inspiración necesaria para marcar. Jonas, que en la primera mitad había sido el único en chutar entre los tres palos, tuvo el empate en su bota. El remate en diagonal no entró porque el guante de Javi Varas lo impidió tras un bello escorzo. Una verdadera lástima, porque el Valencia hubiera dado así un vuelco al partido.

Emery quitó a un desdibujado Piatti y al poco tiempo el partido aún se pondría mucho más a favor con la acción del penalti sobre Aduriz y la expulsión de Escudé. Pero estaba claro que no iba a ser tan fácil. Banega engañó bien a Javi Varas, aunque su tiro raso fue a estrellarse en la base del poste sin que nadie estuviera atento para el rechace. Demasiadas concesiones.

De ahí que lo que ocurriera después casi no resultara sorprendente. Una picardía de los centrales del Sevilla a la hora de retrasar el cambio de Perotti hizo que Aduriz se viera envuelto en un lío que acabó de la peor forma posible para el delantero vasco. El pisotón de Spahic no lo vio el línier, que sí se dio cuenta de la respuesta del ariete valencianista y así se lo comunicó a Muñiz, quien permanecía totamente ajeno al pique entre los jugadores. El jugador blanquinegro a la calle y el Valencia poniéndose piedras en el camino.

El Pizjuán se volvió loco y de ahí hasta el final el partido se convirtió en una auténtica pesadilla para todos. Los unos resistiendo atrás y el Valencia con la impotencia de no poder sacar provecho a la superioridad numérica.
http://valenciacf.lasprovincias.es/noticias/2011-09-25/pizjuan-convierte-pesadilla-20110925.html

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