La avenida de Suecia es una franja de asfalto flanqueada por decenas de policías nacionales. Cuatro de ellos van a caballo y pasean por la calle, pidiendo a la gente que suba a las aceras. Son cientos los aficionados que se agolpan en los aledaños del estadio de Mestalla, iluminado y recortado sobre el cielo anaranjado de la noche valenciana. Hace frío y la operación bufanda cumple un doble cometido, abrigando los cuellos de los valientes que ya están en la calle, quién sabe si incapaces de aguantar más tiempo en casa. Son poco más de las ocho de la tarde. El griterío aumenta poco a poco. Bufandas al aire: llega el autobús del Valencia. Recorre la avenida hasta la zona de acceso al vestuario local. Entre los cristales se atisban los rostros concentrados de los jugadores valencianistas. Emery saluda tímidamente. César lleva los cascos puestos. Carreras y más carreras para acercarse a los abarrotados alrededores del autobús. En un abrir y cerrar de ojos, todos los protagonistas del duelo han bajado del vehículo y este se aleja del estadio, mucho más discretamente que antes.Tras las líneas enemigasHay unos minutos de espera jalonados por la llegada, a pie, de Asier del Horno, que pilla de sorpresa a los aficionados valencianistas. Entonces, comienzan los abucheos: se acerca el autobús del Real Madrid. Los cánticos hostiles hacia el combinado blanco no tardan en hendir la noche del cap i casal. El favorito, «Alcorcón, Alcorcón».
El Madrid está tras las líneas enemigas y el equipo lo sabe. De hecho, algunos incontrolados lanzaron vasos el bus cuando se acercaba a Mestalla. No hubo detenciones. Cuando el club de Concha Espina está en el interior del estadio, la muchedumbre se disuelve poco a poco. Los bares vuelven a llenarse y la gente se agolpa cerca de las puertas. Queda una hora.
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